Sueño recurrente
En las profundidades de la noche, Ana se sumergía en un sueño recurrente que la arrastraba a un rincón de su mente que desafiaba la lógica y abrazaba la oscuridad con la misma intensidad con la que buscaba la luz. Este sueño, como una danza entre luces y sombras, la sumía en un laberinto onírico donde los límites se disolvían y las emociones fluían como ríos de éter oscuro.
Cada noche, Ana se encontraba de pie al borde de un abismo, mirando hacia la oscuridad que se extendía ante ella. Luces parpadeantes emergían desde las profundidades, como estrellas titilantes en la vastedad de lo desconocido. En su sueño, Ana sabía que esas luces eran las representaciones de sus miedos, anhelos y secretos más oscuros, y debía enfrentarlos para descubrir la verdad que yacía en el abismo de su alma.
A medida que caminaba por el borde, las luces y sombras se entrelazaban en una danza hipnótica. La penumbra parecía acariciar su piel con susurros fríos, mientras las luces destellaban con promesas y revelaciones. Cada paso que daba resonaba en la vastedad del abismo, creando ecos que reflejaban la dualidad de su ser.
En este sueño recurrente, Ana se encontraba con versiones alternas de sí misma, cada una proyectando aspectos diferentes de su personalidad. Una Ana radiante de luz, confiada y llena de esperanza, danzaba con sombras que se retorcían como espectros. La Ana oscura, sin embargo, bailaba entre destellos de luz, buscando un resquicio de esperanza en la penumbra que la envolvía.
En el centro del abismo, Ana se topaba con un espejo suspendido en el aire. Al mirarse, veía reflejadas todas las facetas de su ser: la alegría y la tristeza, la confianza y la duda, la luz y la oscuridad. En ese reflejo, descubría que la verdadera esencia de su ser residía en la armonía entre las luces y sombras que la componían.
Cada noche, al despertar, Ana llevaba consigo la sensación de haber vivido una experiencia única, como si su alma hubiera explorado dimensiones inexploradas. A pesar de la oscuridad que la abrazaba en el abismo de su sueño, una chispa de esperanza persistía en su corazón, recordándole que incluso en la penumbra más profunda, siempre hay un destello de luz.
Así, el sueño recurrente de Ana se convertía en una danza eterna entre las dualidades de su ser, una coreografía de luces y sombras que la guiaba hacia la comprensión de su propia complejidad. En cada noche, en ese abismo onírico, Ana encontraba no solo sus miedos, sino también la fuerza para abrazarlos y bailar con ellos en la danza incesante de la vida.
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