Oda a la pifia del sentimiento reencontrado
Se jactaba de la inexistencia de aquel bolsillo en su abrigo.
Bolsillo que todo el mundo usaba en su abrigo,
Cuando se lo arrancaron su abrigo pasó a ser tremendamente ligero.
Corría y se pavoneaba en el más musical de los silencios particulares.
Su mente y su tiempo perdieron peso, se volvieron grandilocuentes.
Su vida era vaporosa cual día de mayo, era liviana.
Su abrigo era cálido y era cómodo, no necesitaba que tuviera más bolsillos.
No lo necesitaba más nuevo, ni lo imaginaba más aguerrido.
Presunción bajo cielo de espacios abiertos,
Tal vez no notó que su abrigo se cubría del lastre más ligero posible.
Tal vez ignoró un peso y lo convirtió en lo más ligero,
Tal vez al darse cuenta de qué había ignorado lo convirtió en lo más pesado al mismo tiempo.
Postrada ante su sombra errada, era juzgada en el más agrio de los tribunales.
En su abrigo seguía la marca ignorada de un bolsillo,
Evidencia, oh, abrigo, de vos.
Si todo el mundo bien conocía el color, peso y tacto de su abrigo.
Frenó y se arrulló en el más visceral de los gritos.
Sus ojos y sus pies cada vez más pesados, más apagados.
Su vida tenue cual niebla, era densa.
Sentía su abrigo frío, desconocido, no lograba no estropearlo más.
Ni era lo suficientemente viejo, ni aguerrido.
Reencuentro al más propio estilo del teatro antiguo,
Penitencia de sentimiento ignorado,
De supura sentida, calada y remitida.
Bolsillo de abrigo.
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