El miedo que silenció los sueños
Y el miedo te detuvo.
Y te comió el corazón.
Y te hizo cerrar los ojos a lo que querías ver y los besos a lo que querías besar.
Y así, en cada segundo que pasó desde entonces, te dejaste morir un poco más.
Y llenaste tu vida de cosas plateadas y palabras huecas para distraerte de lo importante.
Y así quedó tu deseo, pequeñito, escondido detrás de tu oreja, donde nadie podía verlo.
Y nadie lo vio nunca.
Ni siquiera tú cuando llegó el último día y la piel reseca y los ojos cansados no te dejaron volver a intentarlo"
Y el miedo te detuvo. Fue como una sombra que se cernía sobre ti, una oscuridad que paralizaba tus pasos y apretaba tu corazón con garras heladas. En lugar de enfrentarlo, permitiste que se apoderara de ti, que se convirtiera en el dueño de tus pensamientos y emociones.
Y te comió el corazón. Cada latido era una lucha contra la ansiedad que se agolpaba en tu pecho. Te aferraste al temor como si fuera la única realidad que conocías, y poco a poco, tu alma se fue marchitando.
Y te hizo cerrar los ojos a lo que querías ver y los besos a lo que querías besar. Las oportunidades pasaron frente a ti, pero las dejaste escapar sin siquiera intentarlo. Los momentos de felicidad se desvanecieron como sueños lejanos, y tus labios se sellaron, incapaces de pronunciar las palabras de amor y deseo que anhelabas expresar.
Y así, en cada segundo que pasó desde entonces, te dejaste morir un poco más. La vida siguió su curso, pero tú te quedaste atrapado en un limbo de miedo y apatía. Cada día que pasaba, te alejabas un poco más de la persona que solías ser, de tus sueños y aspiraciones.
Y llenaste tu vida de cosas plateadas y palabras huecas para distraerte de lo importante. Buscaste refugio en distracciones superficiales, en placeres efímeros que nunca pudieron llenar el vacío en tu corazón. Te rodeaste de objetos brillantes pero vacíos de significado, y tus conversaciones se volvieron carentes de sustancia.
Y así quedó tu deseo, pequeñito, escondido detrás de tu oreja, donde nadie podía verlo. Lo ocultaste incluso de ti mismo, relegándolo a un rincón oscuro de tu mente. Temías enfrentarlo, porque sabías que requeriría coraje y sacrificio.
Y nadie lo vio nunca. Ni siquiera tú cuando llegó el último día y la piel reseca y los ojos cansados no te dejaron volver a intentarlo. Cuando finalmente te enfrentaste a la realidad de que el tiempo se había agotado, te diste cuenta de lo que habías perdido. Tu deseo yacía en silencio, sin vida, olvidado en la penumbra de tu alma.
Pero la lección estaba aprendida, aunque fuera tarde. Comprendiste que el miedo no era un amo digno de tu vida y que había mucho más por descubrir y experimentar. Aunque el último día hubiera llegado, entendiste que siempre había una oportunidad para renacer, para abrazar la vida con valentía y seguir tus sueños, sin importar cuán escondidos estuvieran.
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