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Caminos de sombra

El sonido del teclado resonaba en la habitación, un eco sordo que parecía intensificarse con cada pulsación. Se sentaba frente a la pantalla, las palabras flotando ante ella como sombras indescifrables. Era un día cualquiera, pero para ella era un laberinto interminable, un túnel oscuro del que no podía escapar. La luz de la computadora iluminaba su rostro, revelando una expresión de frustración y desasosiego. Se obligaba a trabajar, a seguir adelante, pero la presión del tiempo y las expectativas se convertían en un peso abrumador. No podía parar, no podía permitirse un respiro. La idea de abandonar todo, de rendirse, era un lujo que no podía darse. Su corazón latía desbocado, un tambor en su pecho que resonaba con el ritmo frenético de sus pensamientos. Cada latido era un recordatorio de que estaba atrapada, que su cuerpo se había convertido en una prisión de ansiedad. En el fondo de su mente, sentía las lágrimas asomarse, pero las reprimía con la misma fuerza con la que empujaba las...

Ecos en Miniatura

En la sombra suave, un bonsái descansa, raíces antiguas que cuentan historias de tiempos remotos. Cada hoja es un susurro, cada rama, un camino, trazando en silencio el paso de los años. La tierra lo sostiene, firme y serena, mientras el viento acaricia sus formas diminutas, sintiendo en su esencia la quietud del universo.

Ecos del vacío

La oscuridad del espacio se extendía infinita y desoladora, como un océano sin orillas. En medio de esta vastedad, una nave pequeña y solitaria, la Eos II, flotaba a la deriva, perdida en el abismo estelar. Dentro de la nave, Amelia, la última tripulante consciente, luchaba contra la soledad, la incertidumbre y los recuerdos que la asediaban. Los paneles de control parpadeaban intermitentemente, reflejando su tenue luz en el casco de la nave. Amelia, con los ojos cansados y el cuerpo agotado, miraba la pantalla principal, donde las estrellas pasaban como destellos lejanos. La última transmisión desde la Tierra había sido un caos de gritos y estática, una cacofonía de desesperación mientras la humanidad se desmoronaba. Habían lanzado las cápsulas en un intento desesperado de salvar a los últimos seres humanos del planeta moribundo. La Eos II era una de esas cápsulas, destinada a encontrar un nuevo hogar entre las estrellas. Sin embargo, algo había salido terriblemente mal. El sistema de...

El susurro del pueblo abandonado

En las colinas olvidadas del noroeste, más allá de los bosques espesos y los ríos serpenteantes, se encontraba el pueblo abandonado de Ravenscroft. Durante décadas, había permanecido vacío, sus edificios desmoronados y sus calles cubiertas de maleza. Los pocos que se atrevían a acercarse hablaban de una brisa que parecía susurrar secretos antiguos y oscuros. La historia de Ravenscroft era un enigma. Los archivos locales mencionaban que, en algún momento, fue un próspero asentamiento minero. Sin embargo, un día, sin previo aviso, todos sus habitantes desaparecieron. No hubo rastro de lucha ni signos de desastre. Simplemente, el pueblo quedó desierto, dejando atrás una estela de preguntas sin respuesta. Una noche de luna llena, Amelia, una joven periodista, decidió investigar los misterios de Ravenscroft. Armada con una linterna, una cámara y una determinación férrea, se adentró en el pueblo, siguiendo los senderos cubiertos de hiedra y esquivando las sombras que se extendían como dedos ...

Tesoros verdes: El jardín de la señora Amelia

 En el tranquilo vecindario de Maplewood, vivía la señora Amelia, una mujer de cabello plateado y sonrisa amable que tenía un amor inquebrantable por las plantas. Desde que era joven, había cultivado un pequeño paraíso verde en su hogar, convirtiendo cada rincón en un oasis de vida y color. La casa de la señora Amelia era un verdadero santuario botánico. Desde el momento en que entrabas por la puerta, eras recibido por una explosión de verdor y fragancias naturales. En el recibidor, un helecho colgante se mecía suavemente, mientras que en la ventana, una colección de suculentas brillaba bajo la luz del sol. Cada planta en la casa de la señora Amelia tenía su historia. Había adquirido algunas en viajes lejanos, otras las había recibido como regalo de amigos y familiares, y algunas más las había cultivado desde semillas con amor y paciencia. Para ella, cada una era como un hijo al que cuidar y mimar. Pero la verdadera joya de su jardín era su invernadero, un espacio mágico donde las ...

Como vivir congelada

Sentirse sola, como vivir congelada en medio de la gente, era para Isabella un invierno perpetuo en el que las palabras de los demás eran ráfagas heladas y los rostros a su alrededor eran copos de nieve que se desvanecían antes de poder tocarse. Cada día, caminaba entre las multitudes como una sombra que se desliza por un paisaje nevado, donde la blancura de la indiferencia envolvía su mundo. Sus días eran un eterno amanecer gris, donde las risas ajenas resonaban como ecos distantes y las conversaciones se desvanecían en el viento helado de la soledad. Isabella se sumía en la paradoja de sentirse rodeada y, al mismo tiempo, aislada, como si el frío de su propia tristeza creara una barrera infranqueable. Las conversaciones eran como ventiscas que pasaban por su lado, llevándose consigo cualquier intento de conexión. Aunque compartía el mismo espacio con aquellos que se llamaban amigos, la brecha entre ellos se ensanchaba como un abismo glacial. Los abrazos eran como caricias de hielo, y...

Relato del gato tardío

Y a veces aquel gato volvía de entre las sombras, se postraba en el muro y me miraba desde lo alto. Sus gestos eran pausados y una mirada penetrante que sólo pestañeaba en días de lluvia. No desaparecía en las noches más frías, ni en el níveo hielo. Incansable felino de ojos cálidos y mirada fría. Inmóvil; acechado por el interés del más mínimo movimiento, respiraba con el movimiento más lento, sutil y relajante que hubiera visto. Siempre me cansaba antes que él y cuando volvía ya no estaba. Hasta el día siguiente.  En las noches más enigmáticas, cuando la oscuridad se adueñaba de las calles y la luna tejía su manto plateado sobre los tejados, aquel gato regresaba. Aparecía silenciosamente, como una sombra que emergía de entre las grietas del universo, y se posaba en el muro con la solemnidad de un guardián de secretos. Sus ojos, dos faros encendidos en la penumbra, se encontraban con los míos en un intercambio silente de complicidad. Cada vez que lo miraba, sentía que sus...