Caminos de sombra

El sonido del teclado resonaba en la habitación, un eco sordo que parecía intensificarse con cada pulsación. Se sentaba frente a la pantalla, las palabras flotando ante ella como sombras indescifrables. Era un día cualquiera, pero para ella era un laberinto interminable, un túnel oscuro del que no podía escapar. La luz de la computadora iluminaba su rostro, revelando una expresión de frustración y desasosiego.


Se obligaba a trabajar, a seguir adelante, pero la presión del tiempo y las expectativas se convertían en un peso abrumador. No podía parar, no podía permitirse un respiro. La idea de abandonar todo, de rendirse, era un lujo que no podía darse. Su corazón latía desbocado, un tambor en su pecho que resonaba con el ritmo frenético de sus pensamientos. Cada latido era un recordatorio de que estaba atrapada, que su cuerpo se había convertido en una prisión de ansiedad.


En el fondo de su mente, sentía las lágrimas asomarse, pero las reprimía con la misma fuerza con la que empujaba las palabras en su pantalla. Nadie entendía lo que pasaba por su cabeza; nadie podía ver el caos que se arremolinaba en su interior. Intentó hablar con amigos, pero sus palabras parecían caer en un vacío, como ecos que nunca regresaban. "¿Por qué no puedes simplemente relajarte?" le decían, sin comprender que la calma era un lugar al que ya no podía acceder.


Se levantó, incapaz de soportar más el encierro de su habitación. Caminó hacia la ventana, buscando el alivio que solo el aire fresco podría proporcionar. La ciudad brillaba en la distancia, con luces titilantes que representaban una vida ajena. Mientras observaba, sintió un nudo en el estómago, un recordatorio de que su vida había pasado a ser una rutina incesante. Cada día se sentía más aislada, como si los muros invisibles que la rodeaban crecieran con cada suspiro de desesperación.


Cerró los ojos, dejando que la brisa entrara en su habitación. Era un momento de claridad fugaz. Sin embargo, la paz duró poco. La ansiedad la atrapó de nuevo, sacudiendo su cuerpo con síntomas que no podía ignorar: un sudor frío que le recorría la frente, temblores en las manos, una sensación de náuseas que amenazaba con desbordarse. Cada síntoma era un grito silencioso que clamaba por liberación.


Regresó a su escritorio, donde la luz azulada de la pantalla la esperaba. Pero en lugar de escribir, comenzó a dibujar. Trazó líneas caóticas que reflejaban su tormento interno, un intento desesperado de poner en papel el torbellino de emociones que la consumía. Cada trazo era un intento de liberarse, un grito mudo que se desvanecía en el aire, pero que, por un breve momento, la hacía sentir viva.


Sin embargo, a medida que el tiempo avanzaba, el miedo y la frustración volvían a cerrarse sobre ella como una niebla densa. Se sentía como un ratón atrapado en una trampa, correteando sin rumbo en un laberinto de sombras. Cada vez que creía encontrar una salida, el camino se alargaba, se retorcía y se volvía más oscuro. La sensación de estar atrapada era abrumadora, y el deseo de que alguien la entendiera, de que alguien la viera, se convirtió en un eco desesperado en su mente.


Las horas se desvanecieron en un susurro, y se dio cuenta de que había pasado el día sin solución, atrapada en su propio ciclo de ansiedad y estrés. La noche se cernía sobre ella, y con ella venía la pesadez de la soledad. Sin embargo, en medio de su tormento, tomó una decisión. 


Escribió una nota en un papel arrugado, un pequeño grito de ayuda que nunca había tenido el valor de pronunciar. La dejó en su escritorio, con la esperanza de que, de alguna manera, alguien la encontraría y comprendería. Era un primer paso, quizás pequeño, pero un paso hacia la búsqueda de la luz en su camino sombrío.


Al final, supo que el camino seguiría siendo largo y difícil, pero al menos había comenzado a trazar su propio mapa, con la promesa de buscar ayuda y entenderse a sí misma. Las sombras podían ser abrumadoras, pero en algún lugar entre la oscuridad y la luz, había una chispa de esperanza.

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