Ecos del vacío
La oscuridad del espacio se extendía infinita y desoladora, como un océano sin orillas. En medio de esta vastedad, una nave pequeña y solitaria, la Eos II, flotaba a la deriva, perdida en el abismo estelar. Dentro de la nave, Amelia, la última tripulante consciente, luchaba contra la soledad, la incertidumbre y los recuerdos que la asediaban.
Los paneles de control parpadeaban intermitentemente, reflejando su tenue luz en el casco de la nave. Amelia, con los ojos cansados y el cuerpo agotado, miraba la pantalla principal, donde las estrellas pasaban como destellos lejanos. La última transmisión desde la Tierra había sido un caos de gritos y estática, una cacofonía de desesperación mientras la humanidad se desmoronaba.
Habían lanzado las cápsulas en un intento desesperado de salvar a los últimos seres humanos del planeta moribundo. La Eos II era una de esas cápsulas, destinada a encontrar un nuevo hogar entre las estrellas. Sin embargo, algo había salido terriblemente mal. El sistema de navegación había fallado, y ahora la nave flotaba sin rumbo, con Amelia como única superviviente.
El sistema de soporte vital funcionaba en modo de emergencia, proporcionando el mínimo necesario para mantenerla con vida. Cada respiración era un recordatorio de su fragilidad, un eco del vacío que la rodeaba. Amelia cerraba los ojos, tratando de aferrarse a los recuerdos de la Tierra, pero los recuerdos eran como fantasmas, difusos y dolorosos.
Recordaba los días previos al lanzamiento, el cielo ennegrecido por las tormentas de fuego, los océanos alzándose como bestias enfurecidas, y la tierra temblando bajo sus pies. La humanidad había agotado el planeta, exprimiendo hasta la última gota de vida. Los científicos habían trabajado frenéticamente, construyendo las cápsulas en un último intento de preservar la especie. Pero ahora, en el vasto silencio del espacio, ese esfuerzo parecía un sueño distante.
Amelia miró una vez más los controles. La reserva de alimentos y agua era limitada, y aunque la energía solar aún alimentaba la nave, sabía que no podría sobrevivir indefinidamente. La incertidumbre sobre su destino la carcomía. ¿Habría otras cápsulas a la deriva, con otros sobrevivientes como ella? ¿O era ella la última de su especie, un testimonio solitario de la extinción de la humanidad?
A medida que los días se convertían en semanas, Amelia comenzó a hablar en voz alta, intentando romper el silencio opresivo de la nave. Narraba sus recuerdos, sus esperanzas y sus miedos, como si al hacerlo pudiera mantener viva una parte de su humanidad. Pero la soledad era un enemigo implacable, y la incertidumbre un pozo sin fondo.
Una noche, mientras contemplaba las estrellas, Amelia vio algo que la hizo jadear. En la distancia, una luz parpadeante, diferente de las estrellas. ¿Podría ser otra cápsula, otro superviviente? Con un renovado sentido de propósito, ajustó los controles de la nave, intentando dirigirse hacia la luz. El viaje sería largo y arriesgado, pero era su única esperanza.
A medida que la Eos II avanzaba lentamente, Amelia se aferró a la esperanza como un náufrago a un pedazo de madera. Los días pasaron en un borrón de preparativos y cálculos, mientras la luz se hacía cada vez más brillante. Finalmente, después de lo que parecieron eones, la nave llegó a su destino.
Ante ella, no había una cápsula, sino una pequeña estación espacial abandonada, un relicto de una misión olvidada. Amelia atracó la Eos II y abordó la estación, su corazón latiendo con una mezcla de esperanza y temor. Los pasillos estaban oscuros y vacíos, pero los sistemas vitales aún funcionaban. Encontró suministros, agua y, lo más importante, una conexión a un sistema de comunicación de largo alcance.
Con manos temblorosas, Amelia activó el sistema y envió un mensaje al vacío: "Soy Amelia de la Eos II, a la deriva en el sector 47-A. ¿Alguien me recibe?"
El silencio fue su única respuesta al principio, pero luego, después de unos agonizantes minutos, una voz respondió. Era débil y entrecortada, pero inconfundiblemente humana. "Amelia, aquí la Hera. Te recibimos. Mantén tu posición, vamos en camino."
Las lágrimas rodaron por sus mejillas mientras la esperanza, esa chispa tenue, se encendía con nueva fuerza. No estaba sola. La humanidad, aunque dispersa y rota, aún tenía una oportunidad. En el vasto vacío del espacio, la voz de otro ser humano era el faro que la guiaba de regreso a la luz.
Y así, en medio de las estrellas y la soledad, Amelia encontró una razón para seguir adelante. La incertidumbre y el miedo seguían presentes, pero ya no la dominaban. Había esperanza en el eco del vacío, una promesa de que la humanidad, aunque al borde de la extinción, aún luchaba por sobrevivir.
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