Ella

No se despidió de ella, simplemente se fue. No dijo un adiós, ni siquiera un hasta luego. Nadie sabía porqué. Pero lo que nadie sabía era que el tampoco tenía idea. Ella estaba segura, estaba estable a su lado. Él tan bien lo tenía claro, o por lo menos de forma aparente. De un día para otro se dio cuenta que no podía seguir con una vida austera en felicidad, no estaba acostumbrado. Es la única conclusión a la que él pudo llegar. Estaba seguro de quererla más que a cualquier cosa imaginable en la vida. Cuando estaba a su lado sentía claramente que la necesitaba. Que no podía estar sin ella. Que los dos eran parte de una misma vida, de un solo cuerpo dónde ambas mentes se unían y aún de formas dispares en cuestiones, terminaban uniéndose en mutua concordia celeste. Aún así, su propia mente jugaba en el equipo contrario. Y el parecía ser el visitante. El equipo con más precedentes al fracaso. Con menos ánimos en sus gradas. Por ello y por su propio predestínio al fracas...