Aquella noche
Ese ruido de cancela metálica que bailaba con el viento era el único sonido humano, por así decirlo. Otro tintineo de ventanas a veces te hacía recordar que no bailabas también con él. Pero el canto de esos árboles en esa noche seguían pareciendo de otro mundo. Hacía que tú respiración fuera al mismo ritmo que la suya. Todo lo demás estaba en completo silencio, eras tú, los árboles y el viento viajando a través del espacio. No podías pensar en nada más que lo que pensabas que también pensarían esos árboles. Erais un conjunto, eras parte de ellos, aceptabas al viento como acompañante y a la noche como compañía. Silencio, paz, quietud. Y tú respiración no podía ir a otro ritmo que no fuera ese. Podías perderte en ello.